Alfredo Eidelsztein

Diagnosticar el sujeto

Diagnosticar el sujeto (1)
El sujeto lacaniano

En psicoanálisis se practica, con notable frecuencia, una modalidad de concebir al diagnóstico que le hace perder su especificidad; se trata de aquella heredada de la medicina y en especial de la psiquiatría, en la cual el diagnóstico coincide con el arte de descubrir e interpretar los signos de una patología. Me refiero a los casos en los que la pregunta diagnóstica es, por ejemplo: ¿Este paciente es histérico u obsesivo?
En tal situación nuestra disciplina pierde la posición requerida para el ejercicio de su función específica. Aun si se utilizan las nociones de ‘estructura clínica’ o de ‘modalidad de goce’, que sí son exclusivas del psicoanálisis, si se diagnostica tal como se lo acaba de ejemplificar, entonces el modelo utilizado es el de la medicina moderna. Desde la perspectiva de la práctica del psicoanálisis, tal ejercicio de la actividad diagnóstica implica un peligro iatrogénico: aumento del sufrimiento, en el sentido de incremento del malestar originado en nuestras cultura y época (indicaré más adelante el por qué).
Propongo, en este artículo, un recorrido que contribuya a establecer aquello que, a mi entender, caracteriza al diagnóstico en psicoanálisis. Desde mi punto de vista, se trata de diagnosticar el sujeto y no al sujeto. En lugar de proveer un diagnóstico para quien nos consulta –neurosis, psicosis, etc.– habrá que estipular cuál es el sujeto en cuestión.
Lo primero que se debe tener en cuenta es que fue Jacques Lacan quien introdujo el concepto de sujeto al psicoanálisis. Un prerrequisito para analizar su maniobra, es considerar que la lengua de referencia es el francés. En su campo semántico sujet puede significar:
1. Sujeto, sometido, expuesto, propenso;
2. Asunto, materia, tema del que se habla;
3. Persona que realiza la acción;
4. La idea principal de un libro, una película, etc.

Mi propuesta es que la cuestión diagnóstica debe girar en torno a la segunda acepción del término, o sea que en psicoanálisis se trata de establecer cuál es el tema, qué asunto da lugar a la intervención del analista. Paso a justificar esta posición.
No se localiza en la obra de Sigmund Freud el concepto de sujeto. En ella opera en un lugar equivalente la noción de inconsciente. El problema se plantea por cuanto el inconsciente, según él, es una instancia del aparato psíquico y, consecuentemente, se caracteriza por ser individual, interna y con contenidos producidos por represión o provenientes de las pulsiones de origen biológico.
Cuando Lacan introduce el concepto de sujeto, rectifica tal concepción del inconsciente, al que denomina ‘discurso del Otro’. Su noción de sujeto es requerida en psicoanálisis, debido a la necesidad de una instancia discursiva no individual para articular al hablanser (parlêtre), especialmente en su dimensión particular, y al sujeto con el que está articulado. Esta noción de sujeto se distinguirá netamente de cualquier instancia intra-corpórea; esto le permitirá adquirir una estructura como la del lenguaje, que hace que resulte inconcebible que se encuentre ‘dentro’ de alguien. Como el lenguaje, el sujeto habitará en el campo del Otro. También, mediante la introducción del concepto de sujeto, desaparecerá el problema de los contenidos reprimidos del inconsciente y, como consecuencia inmediata, los problemas respecto de su posible o imposible vaciamiento.
Las diferencias entre el abordaje freudiano y el de Lacan, responden a cómo se encaran los problemas que caracterizan a la concepción de la subjetividad en nuestra cultura. Mediante la noción de inconsciente de Freud no se logró terminar de establecer cuál sería la respuesta específica que desde el psicoanálisis se le darían a los siguientes prejuicios que caracterizan al Occidente moderno respecto del ‘sujeto’:
a) En nuestra cultura y, característicamente en ella, se confunde al sujeto con el individuo, lo que produce que hoy día se supongan coincidentes el sujeto y lo que sucede en el interior del organismo biológico. Esta confusión se designa ‘individualismo moderno’(2).
b) En el Occidente moderno, y en especial en ciertas ramas de las ciencias humanas –como la psicología–, se verifica una reificación o cosificación de las funciones subjetivas. Esta tendencia implica la conversión de abstracciones en entidades supuestamente reales (tridimensionales). Un ejemplo notable de tal maniobra es la consistencia acordada a la inteligencia (3).
c) Otra consecuencia de la reducción del sujeto al registro individual, es el nihilismo característico de nuestra forma de existencia. Al reducir el sujeto al individuo en lugar de producirse la muerte de dios (4), se tiende a postular (y de hecho se afirma): ‘No hay Otro’. Hay que recordarlo siempre: Lacan propuso que ‘No hay Otro del Otro’ (5) y afirmó que en psicoanálisis, consecuentemente, la ética no es individualista (6). Si hay Otro también existen valores trascendentes, más allá de cada uno.
Son estos prejuicios y no el mero avance de la ciencia los que avalan el prestigio actual del paradigma neurocientífico y, aunque resulte sorprendente, se verifica que los más importantes defensores de las neurociencias no dejan de citar al Proyecto de Psicología (7) de Freud para autorizar su posición.
Muchos psicoanalistas creen que su postura basada en la consideración de la condición singular del sujeto, la postulación de una concepción del objeto que lo hace equivalente al objeto perdido y la creencia en ‘No hay Otro’, es genuinamente psicoanalítica; mientras que, en realidad, no hacen más que sostener los prejuicios más difundidos de nuestras cultura y época.
En un gran número de otras culturas se consideró y se sigue considerando a la subjetividad como existiendo en el lazo que articula una multiplicidad de individuos –en algunas incluso no humanos-; así, en ellas reina la autoridad (8), a diferencia de lo que ocurre en la nuestra en la que se impone la lógica del poder, una tendencia que caracteriza nuestra sociedad: la voluntad de poder (9). Para nosotros no queda otra forma de vida que la que nos proponen los ideales de libertad y autonomía, lo que nos empuja, consecuentemente, a la locura (alma bella, ley del corazón y delirio de presunción) (10) y, así, intentar imponernos sobre los otros.
En Occidente, la verdadera oposición al nihilismo, al individualismo, a la biologización y a la cosificación de la subjetividad pasa por la práctica psicoanalítica fundada en el concepto lacaniano de sujeto, al que propongo designar en su honor y por sus propiedades diferenciales ‘sujeto lacaniano’. El mismo se caracteriza por:
a) coincidir en la práctica analítica con el asunto, tema o materia que se trama entre los dichos del analista y de la persona (parlêtre) que lo consulta y que, dado el caso de una entrada en análisis, pasa a ser el ‘analizante’ y no el sujeto;
b) existir siempre en una localización ‘entre-dos’: entre significante y significado, coincidiendo así con la barra del algoritmo ; entre • y , ubicándose en el intervalo; entre las dos cadenas-escenas del enunciado y la enunciación y, al menos, también entre las lógicas del 0 (la falta en ser) y del 1 (el ser). Así el ‘sujeto lacaniano’, como Lacan mismo lo indica, requiere siempre de inmixión de otredad/Otredad para ser establecido (11). Ese sujeto sólo existe si se ofrece un espacio ‘inter’, lo que requiere de la aceptación de los postulados de la topología de superficies y que implica fundamentalmente la plena articulación de lo uno y lo otro/Otro entre los múltiples partenaires presentes en las escenas requeridas en la práctica analítica.
Diagnosticar el sujeto, tal como lo concibe Lacan según mi lectura, implica la erradicación del uso, a su respecto, de categorías tales como: sexo, edad, estado civil, etc. Estrictamente hablando, en psicoanálisis no se pueden sostener sin contradicción las expresiones: ‘sujeto mujer’, ‘sujeto niño’, ‘sujeto psicótico’, etc. Además, hay que dejar establecido que tal concepción del sujeto implica que el mismo no progresa ni madura, tan sólo ‘revoluciona’ en la medida en que se repite en forma de línea cerrada en la lectura compartida de los textos, (el ‘material’), donde se lo encuentra entramado, lo que, nuevamente, requiere de la topología para ser admitido.
El diagnóstico en psicoanálisis sólo debería ser realizado a partir de un no saber si se trata de diagnosticar al sujeto lacaniano; si se intenta diagnosticar estructuras clínicas o modos de goce, etc., a partir de características o signos del individuo, sólo se sostendría una acepción de ‘sujeto’ equivalente a las diferencias subjetivas respecto de una base conocida –no olvidemos que ‘diagnóstico’ en su etimología significa aplicar un saber establecido-. Pero, para el ‘sujeto lacaniano’, el supuesto diagnosticador (el psicoanalista) debe ser parte indistinguible de lo diagnosticado y así él no sabrá tan siquiera qué rol o papel desempeña en la obra.
La práctica analítica, a partir de la introducción por parte de Lacan de la noción pertinente de sujeto, se convierte en una respuesta operativa al malestar en la cultura que caracteriza al Occidente moderno. Al individualismo moderno responde con la función del analista en la transferencia, como realización de inmixión de otredad/Otredad; al nihilismo responde con la ética del deseo y el valor acordado al objeto a, y a la cosificación sosteniendo el dispositivo por el cual la verdad, con su estructura de ficción, queda habilitada para hablar bajo el modo: Yo, la verdad, hablo (12). Lo que tiende a ser reprimido en lo social, se lo recupera en su retorno en lo particular, pero mediante el concurso imprescindible del Otro en un campo concebido como entramado de cadenas significantes y donde lo particular (diferencial) se distingue de lo singular (único y esencial).
Una vez diagnosticado el sujeto, en el sentido en que lo estoy proponiendo aquí, la utilización de las nociones de las estructuras clínicas se inscribe en la lógica de la clínica en transferencia. En psicoanálisis, ‘neurosis obsesiva’, ‘histeria’, ‘fobia’, etc., deberían tipificar modalidades estructurales del lazo entre sujeto y otro/Otro en un campo discursivo estructurado a través de los conceptos del psicoanálisis y, así, entre analista y analizante. Las mismas no deben servir para establecer modalidades o tipos individuales.
Para concluir, propongo que se trata de aceptar que ‘Eso habla’ (a parle) para habilitar una lectura tendiente a establecer ‘¿Qué dice?’ y no ‘¿Quién lo dice?’, lo que implica el rechazo de la responsabilidad subjetiva. El discurso en psicoanálisis requiere ser planteado como un pentagrama para ser escrito y leído, o sea que, a diferencia de Ferdinand de Saussure que suponía una única línea (S1, S2, S3,…), y de Freud, para quien operaban dos líneas (una de lo superficial y otra de lo profundo), para Lacan son requeridas múltiples líneas, las que, como en una partitura musical, ninguna es la de arriba (manifiesta o consciente) ni tampoco ninguna es la profunda (inconsciente). A su vez, en el modelo de este último, el ‘pentagrama’ (13) se cierra en forma de bucle e, incluso, de doble bucle -que requiere de la topología-, que habilita la posibilidad de establecer un leitmotiv (lo que insiste y repite en una composición). Además, y en relación a su noción de sujeto, la verdadera acepción psicoanalítica requiere también de una polifonía (múltiples voces). Su diagnóstico supone que el psicoanalista presta su voz y su personaje para constituirla -paga con su persona para ejercer su función (14)-; así, diagnosticar será equivalente a un modo de intervención (inter-vención). En tal sentido, para el analista la cuestión es: ¿De qué se trata eso donde mi decir y mi persona participan en forma indistinguible? Caso contrario, diagnosticar el sujeto, se diga o no el diagnóstico, contribuye con el aumento del malestar, en la medida en que haga consistir no sólo al sujeto –a través de la identificación–, sino al individuo, acentuando así el aislamiento, la cosificación y la locura del Yo soy.

Citas
1) Redactado en enero de 2022 sobre la base de ideas publicadas en la edición N° 73 de la revista Imago Agenda, El diagnóstico del sujeto, editorial Letra Viva, Buenos Aires, (2003).
2) Dumont, Louis (1987), Ensayos sobre el individualismo, Madrid, Alianza editorial.
3) Gould, Stephen Jay (1987), La falsa medida del hombre, Barcelona, Crítica-Drakontos.
4) Heidegger, Martin (1996) ‘La frase de Nietzsche Dios ha muerto’, en Caminos del bosque, Madrid, Alianza editorial.
5) Cf., por ejemplo: El seminario Libros 6 (clases 16, 20 y 21), 16 (clase 23), 18 (clase 1), 20 (clase 7), 22 (clases 5 y 8) y 23 (clases del 16/12/75, 13/1/76, 16/3/76 y 13/4/76); en Reseñas de enseñanza (de los seminarios 14 y 15) y en Radiofonía y televisión (respuesta a pregunta VI).
6) Lacan, J. (1996), La cosa freudiana o el sentido de retorno a Freud, Escritos 1, México, Siglo 21 editores, p. 399.
7) Freud, S., (1982), Proyecto de psicología, Buenos Aires, Amorrortu editores. Tomo I.
8) Dumont Louis (1999), Homo Aecualis. Madrid, Taurus • ediciones; (1970) Homo Hierarchicus, Madrid, Aguilar.
9) Nietzsche, Friederich (1999), La voluntad de poderío, Madrid, Ed. Edaf, p. 129.
10) Hegel, G. W. (1985), Fenomenología del espíritu, Apartado V. Certeza y verdad de la razón, Punto B. La realización de la autoconciencia racional por sí misma, México, Fondo de cultura económica, pp. 143-221.
11) Lacan, J. (1966). Acerca de la estructura como mixtura de una Otredad, condición sine qua non de absolutamente cualquier sujeto. Acheronta (internet).
12) Lacan, J., (1985) La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis, Escritos 1. México. Siglo XXI.
13) Cf. Lacan J., El Seminario Libro 3, Las psicosis, 7/12/1955. El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis y El Seminario, Libro 12, Problema cruciales para el psicoanálisis, clase del 9/12/1964.
14) Lacan, J., La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos 1, Siglo XXI, México, 1985.