Alfredo Eidelsztein

Finales de análisis

“Debo decir que, cuando propuse dicha cosa [analizante], no había hecho más que parodiar -… – el término analysand, corriente en lengua inglesa. Ciertamente, no es estrictamente equivalente al francés. Analysand evoca más bien el debiendo-ser-analizado y esto no era para nada lo que yo quería decir. Lo que quería decir era que en el análisis, la que trabaja es la persona que llega verdaderamente a dar forma a una demanda de análisis. A condición de que ustedes no la hayan colocado de inmediato en el diván, caso en el cual la cosa está ya arruinada. Es indispensable que esa demanda verdaderamente haya adquirido forma antes de que la acuesten.”1

Si el psicoanálisis es una práctica, entonces su eficacia se establece en función de su posibilidad de incidir sobre lo real, ya que ésta es su fin. Propongo analizarla.
Hoy en día es frecuente encontrarse frente a casos de “re-análisis”, al menos en Buenos Aires. En nuestra ciudad son muchas las personas que se han analizado en varias oportunidades o que han tenido varios analistas. Tanto esto es así, que muchas otras, al comenzar las primeras entrevistas de su primer análisis, sorprendentemente piden disculpas por ser ésa su primera vez y, consecuentemente, no saber cómo deben hacerlo. Tal cantidad de experiencias repetidas de análisis nos aporta valiosas herramientas para enfrentar la pregunta por los resultados de tales experiencias, o sea, cómo han sido los finales de análisis de las mismas.
Mi evaluación, que por primera vez intento formalizar a través de este medio, es que un número muy significativo de tales psicoanálisis no ha producido prácticamente ningún resultado. A pesar de una extensión de muchos años y de una intensidad de varias sesiones por semana, cuando se le pregunta a quien ha atravesado tal experiencia por los resultados de la misma, el balance suele ser muy pobre o nulo, aunque lo más frecuente es que quien lo hace no intente acentuarlo ni se verifica una actitud muy crítica hacia quien condujo la cura. En tales casos no se verifican cambios significativos causados por el tratamiento a nivel del síntoma; ni siquiera se han conquistado trascendentales territorios del campo del saber que le está asociado.

Propongo revisar esta cuestión. Como ya será evidente para el lector, mi propuesta intenta colocarse en paralelo de la investigación sobre el tipo de resultados que deben buscarse y cuáles deben evitarse; también propongo desatender en estas líneas la necesaria discusión sobre la distinción entre fines terapéuticos y fines analíticos de la cura. Ni siquiera propongo considerar la coartada más frecuente: ¿habrán sido analíticas esas experiencias fallidas? y ¿habrán sido analistas los que se propusieron como tales?
Las razones de mi posición son las siguientes: existen muchos y muy buenos trabajos sobre la dirección de la cura, su ética, el fin del análisis y el pase; contamos con una muy importante cantidad de trabajos publicados al respecto, de excelente calidad y muy pertinentes para que sean tomados por todos nosotros en nuestra formación como analistas. Pero no es así respecto a la falta de resultados en general; y es tan significativa la pobreza de los mismos, que propongo no considerar ningún atenuante, aunque los haya y muy convincentes.

Caben destacar dos salvedades sumamente importantes: Sigmund Freud y Jacques Lacan. El primero reorientó y reelaboró mucho o casi todo de lo que produjo al constatar que el psicoanálisis perdía significativamente capacidad de causar cambios o que los mismos se frenaban a una distancia muy próxima de su inicio. El segundo afirmó, y todo indica que es así, que se vio necesitado de comenzar su labor de enseñanza, que lo llevó a producir una nueva versión del psicoanálisis, debido a que los análisis habían dejado de producir efectos en general. Las grandes reorientaciones teóricas y prácticas realizadas por Freud y la reinvención del psicoanálisis, que tuvo cambios de dirección tan violentos como los de Freud, acometida por Lacan estuvieron motivadas por la pérdida de eficacia del psicoanálisis, más allá de cuestiones de escuelas, verificada por los resultados de la práctica misma y, como no podía ser de otra manera, diagnosticada por ellos en tanto en cuanto analistas. La promoción realizada por Lacan del concepto de acto para dar cuenta de su concepción de la interpretación, me parece sumamente elocuente de su diagnóstico del problema y del sentido de la solución aportada. Debemos volver a revisar estas cuestiones para verificar si no está volviendo a suceder lo mismo. Yo estimo que sí.

En torno a mi diagnóstico, seguramente compartido por muchos colegas, quiero establecer cuáles entiendo que son sus causas, en realidad sólo una de ellas, ya que en psicoanálisis producir un diagnóstico sin proveer de una concepción lógica de sus causas es estéril y hasta iatrogénico. Lo primero debido a que decir “tal cosa es x”, en análisis no sirve en general para producir ningún cambio, tal como los casos de: “esto es histeria”, “aquello es una obsesión”, “se trata de un goce”, “es goce fálico”, “nos encontramos frente a una resistencia”, etc. Si no se interviene sobre la lógica causal, no se obtienen resultados. Lo segundo puede sostenerse en que un diagnóstico de la índole de los anteriores provee de identificaciones y dado que las mismas estarían avaladas por el psicoanálisis, serían especialmente difíciles de remover.
Una de las principales causas, y a la única que me voy a referir, de la falta de efectos en un alto número de análisis es, según mi estimación, la falta de análisis y puesta en forma de la demanda de análisis. El problema de los fines fallidos se articula a los comienzos errados. Y esta falta posee varios motivos, que voy a presentar en forma sucinta debido al medio utilizado para ésta, su primer publicación.
Padecemos de una falta sistemática de análisis de las demandas de análisis y de una demora en el planteamiento de su valor. En ciudades como Buenos Aires, aunque hay muy pocas ciudades como la nuestra, es muy natural analizarse o comenzar un análisis. Nosotros, los que ejercemos el rol del analista, nos hemos analizado una o varias veces, nuestros colegas, amigos y familiares lo hacen y lo han hecho. Esto es así desde hace varias décadas. El que sea una práctica tan corriente, casi habitual y una decisión tan frecuente, dificulta el sostenimiento de la pregunta por sus motivos, bajo la perspectiva de su novedad y hasta de su valor de acto: decidir comenzar un análisis. Quienes leen esto deben estar tomando distancia del texto, debido a que nadie puede negar que todo análisis comienza necesariamente por el planteamiento de tal pregunta. Ningún analista deja de recibir a quien lo consulta con un “¿Qué lo trae a usted por aquí?”, o “¿Qué le sucede a usted?” Pero el planteamiento de tales preguntas no implica el análisis de la demanda de análisis ni su puesta en forma.

No lo implica, debido a que tal análisis debe encarar, entre otras, la siguiente cuestión: si alguien consulta a un analista es porque padece de algo que cree que debe tratar con él. Pero este padecer ¿es nuevo o antiguo? Si es nuevo, ¿justifica un análisis?, pero si es antiguo ¿por qué consulta justamente ahora? Propongo que el análisis de las condiciones que establecen por qué se consulta ahora tiende a no efectuarse, y al no hacerse se pierde la posibilidad de poder saber sobre cómo se articula ese padecer con la consulta al analista.
Si la primer pregunta y, consecuentemente, el primer trabajo de análisis es ¿por qué consulta ahora?, la segunda es ¿por qué a un analista? Esta pregunta requiere de un desarrollo, que la anterior no exigía. ¿Qué quiere decir “a un analista”? Para responderla propongo reconsiderar lo que significa demanda de análisis. Cuando alguien consulta ¿cómo saber si lo hace a un analista más allá de cómo se presente en la ciudad aquel que oferta sus servicios?, cuando otro recibe una demanda de análisis ¿cuándo lo hace como analista? Si es la habitualidad lo que puede ocultar la novedad implicada en la decisión de consultar, pero que debe analizarse, es la concepción del sujeto lo que permite distinguir entre psicoanálisis y otras posiciones y concepciones psicoterapéuticas.

Tramposamente coloqué en las formas canónicas de las preguntas del comienzo el término “usted”. Una demanda de análisis debe borrar la función imaginaria del “usted” y, consecuentemente del “yo”. Lo que hará de un encuentro su condición de psicoanálisis es el borramiento del “usted” y del “yo”. Sólo hay psicoanálisis en una clínica concebida y practicada bajo transferencia, o en immixing de subjetividad. Una demanda es analítica si posee la virtud de poner en escena que el inconsciente es el discurso del Otro y que no hay sujeto sin Otro. La condición particular requiere ser distinguida de las características individuales. Para todos aquellos que encuentren obstáculo al seguir estos desarrollos, debido a su concepción de la ética de la responsabilidad, que supuestamente Lacan propone, les recuerdo que: “Los términos para los que planteamos aquí el problema de la intervención psicoanalítica hacen sentir bastante, nos parece, que la ética no es individualista.”2 Aunque parezca mentira, se trata desde el comienzo, si es una demanda de análisis, de un ¿qué nos pasa?, ya que “la realidad de cada ser humano está en el ser del otro.”3
La noción de sujeto con la que se debe operar en psicoanálisis es aquella que se ubica en las antípodas del individualismo moderno.4 En el Occidente moderno confundimos la subjetividad con el individuo. Una demanda de análisis y una respuesta analítica a tal demanda implican la “inter-vención”. Tanto el analizante como el analista existen en un “inter” que debe ser tensado a la hora de analizar y alojar la demanda. Hay “paciente” sin analista, pero jamás “analizante” sin “analista” y a la inversa. Por tal motivo es la función del analista la única que a este respecto impone a quien la ocupa el pagar el costo de la localización con su propia persona.

La misma noción lacaniana de demanda lo implica. Al menos, creo que debemos recordar que toda demanda es demanda de amor, lo que da contexto al amor de transferencia postulado por Freud; que toda demanda consiste en una cadena significante repetida y que se anuda íntimamente en y al Otro y, por último, que toda demanda requiere de interpretación ya que ella se divide entre enunciado y enunciación, lo que también podría enunciarse como entre “demanda manifiesta” y “demanda latente”. Partiendo de que el deseo es siempre deseo inconsciente y dada la oposición entre deseo y demanda, se ha producido, debido a nuestra mentalidad reduccionista, la idea de que el deseo es inconsciente pero la demanda no; como si uno pudiese saber lo que pide, de lo que se queja o lo que denuncia en “su” pedido, lamento o imputación, más aún; como si uno pudiese saberlo sin el concurso activo del Otro.
Así propongo completar la propuesta de Lacan —tan destacada por los comentaristas, pero no por él— “no responder a la demanda” con “ya que se trata de interpretarla en transferencia”. En su lugar, hoy, quizá por los motivos esbozados, se practica más, parafraseando una expresión que estuvo, en otro contexto, muy de moda hace unos años, un pase directo a la entrada en lugar de un meticuloso análisis de las condiciones de acceso, un trabajo en torno a: ¿qué se demanda?
Ambas cuestiones hasta aquí tratadas en relación a la demanda de análisis: la cuestión de las coordenadas temporales y la del rechazo al individualismo, confluyen en el punto donde ambas se oponen, o como afirma Lacan “combaten”5 a la reificación de las instancias del sujeto. El psicoanálisis conservará su especificidad si en el mundo moderno sabe preservar un campo para el sujeto libre de objetivación.

Finalmente, cómo poder llegar a destino, cómo recuperar el camino, cómo volver a disponer de la posibilidad del acto del deseo —esto es: ¿qué del fin del análisis?—, si no se establecen las condiciones mínimas necesarias para que ello sea así. Recuérdese que para el caso del psicoanálisis se planteó el concepto de “demanda de análisis” no el de “deseo de análisis”. Lo que es muy coherente si se considera la paradoja que implicaría la postulación de la existencia de un deseo de remover los obstáculos para el ejercicio del deseo. Hay demanda de análisis, si ambos partenaires trabajan para ello; no hay deseo de ser analizante, otra cosa es el de ser analista.

1. J. Lacan, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1988. Sobre el sentido de esta cita, quiero destacar que frente a: “la que trabaja es la persona”, no cabe duda de que ella es tanto el analizante como el analista.
2. J. Lacan, “La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud”, en Escritos 1, Siglo XXI, Bs. As, 1992.
3. J. Lacan, El seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud, Clase 6, Paidós, 1986.
4. Cf. La obra de Louis Dumont, Homo Hierarchicus, Madrid, Aguilar, 1970; Homo Aequalis, Madrid, Taurus, 1982 y Ensayos sobre el individualismo” Madrid, Alianza, 1987.
5. J. Lacan, El seminario. Libro 7. La ética, clase 10, Paidós, Bs. As., 1992.

* Artículo publicado en la revista nº 68 de Imago Agenda, en abril de 2003.