El psicoanálisis posee la capacidad de curar tanto el síntoma como la neurosis, pero tal facultad opera siempre y cuando el psicoanalista se lo proponga; la cura viene por añadidura, pero de un trabajo que la tenga por meta; evidentemente que el analista padezca de un furor sanandi –como de cualquier otro furor– entorpece el proceso curativo; esteriliza la práctica el que renuncie desengañadamente a la chance de curación que cada caso autoriza.
Se entiende por síntoma un exceso de sufrimiento causado cuando lo que es el verdadero acto del deseo para alguien es resignado crónicamente y sustituido por un falso acto; los motivos de tal sustitución deben localizarse en una economía. Esta economía es entendida como “economía política”1 de la comunidad en la que ese alguien vive (donde en esa época de su existencia se le juega la vida): pareja amorosa, grupo de trabajo, fraternidad de amigos, sociedad de analistas, etc., todo visto a la luz de lo que fue y es “familia”2 para él; será síntoma de uno la resultante en apariencia más barata para la comunidad en cuestión. Se trata de un conflicto y de un goce “inter”.
A su vez, se entenderá al síntoma en forma singular, a diferencia de cualquier pluralidad de síntomas (fóbicos, conversivos, etc.) que un caso pueda presentar en sentido médico, psiquiátrico o psicológico. Este “el” síntoma en singular es producido en análisis como resultado del trabajo entre el padeciente (el que padece por demás) y el analista –ya activo en la elaboración del material que permite leer lo que es síntoma para ese caso–; su lógica singular deriva de su condición de sustituto impropio del verdadero acto del deseo, el que también es singular.
Así definido el síntoma no se confunde con ninguna modalidad del malestar en la cultura, ni con ninguna dimensión de sufrimiento que pueda justificarse mediante la lógica de la estructura. En todo caso, si fuese posible suponer que alguien demande un análisis por tales motivos, el analista nada podrá hacer al respecto. El psicoanálisis no cura la castración, la falta en ser, el no hay relación sexual o La mujer no existe; al menos no lo hace caso por caso; está por verse si en este sentido puede ofertar algo a la sociedad; por ahora sólo incide radicalmente en lo que hace de síntoma para cada uno que acepte sumergirse en su práctica.
El que el deseo sólo sea interpretable en forma elíptica no quita que el acto pertinente, en las coordenadas histórico-espaciales correspondientes, sea de la índole de lo uno; se rechaza así la concepción que equipara deseo con metonimia.3 Para que la interpretación sobre cuál es el síntoma pueda producirse no alcanza con establecer lo que produce el mayor sufrimiento, ni siquiera el que la persona considera el fundamental, sino que es necesario que se haya puesto a trabajar en relación a ello: a) al inconsciente entendido como discurso sobre la falla del Otro –el representante de la autoridad e insuficiencia del orden simbólico, sostenido en y por la lengua– que le atañe al padeciente y b) la lógica impulsada por la pregunta “Pero, yo ¿qué deseo?”.
Ésta es necesariamente la primera parte de la cura, equivalente al diagnóstico del sujeto (tema o asunto) y del conflicto causante del sufrimiento; que así y a pesar de las críticas originadas en las teorías cognitivo conductuales, se evidencia como una tarea focalizada. La asociación libre sólo será un recurso para la constitución del sujeto y no el sujeto mismo o la finalidad del análisis.
La segunda es la cura de la neurosis, entendida no como se lo hace habitualmente, como la posición que surge del trío neurosis, perversión y psicosis, sino aquella que se caracteriza por la renuncia sacrificial del propio objeto del deseo, en términos de Lacan el objeto del fantasma (rtp) y la aceptación en su lugar de la demanda del Otro (S/<>Drt).
La clínica psicoanalítica surgió fundamentalmente de las neurosis de transferencia y abreva en ellas justamente debido a que la posición deudora de esta resignación habilita por parte del padeciente la puesta en juego de la palabra del que será el analista –el que originalmente cumple la función de receptor de las quejas por un sufrimiento no medicalizable pero particular– como parte del texto a considerar como material del análisis, lo que equivale a decir que el analista opera como Otro.
Superada la cura del síntoma y comenzada la cura de la neurosis, el padeciente será cabalmente analizante; la pregunta en este momento tendrá la forma de ¿Por qué me hice cargo de la falta del Otro?, que destinará al proceso hacia aquello que en la enseñanza de Lacan se designa S/ y S(sA/).
Desde el comienzo será necesario como posibilidad del análisis que tanto padeciente como analista por advenir acepten renunciar en la experiencia a sus posiciones individualistas y admitan recíprocamente la inmixión4 de Otredad. Lo que es lo mismo que afirmar que el inconsciente existe, ex-siste: ya que no habita dentro de nadie ni es idéntico a sí mismo. Es en este ámbito en donde más tiende a manifestarse la resistencia del analista, ya que así son atacados los principales ideales modernos: autonomía, libertad e inmunidad.
Así planteado el análisis, la noción de responsabilidad resulta incompatible con la de sujeto del inconsciente, si el mismo es entendido como el asunto o tema que se plantea entre analizante y analista; quienes dirijan la cura intentando que la persona se haga responsable, lo lograrán en la misma medida en que refuercen los reclamos superyoicos, creando así las condiciones para neurotizar más a quienes los consultan.
Si neurosis no es equivalente a “Ha operado el complejo de castración o la metáfora paterna”, es posible curarla, en la medida en que ello signifique recuperar el objeto a del que se trata –no último ni definitivo, pero ése y no otro cualquiera–; la finalidad del análisis será su puesta en funcionamiento y se convertirá así en una práctica finita.
No sólo por la cura de “el síntoma”, que evita suponer que al fin del análisis ya no hay más síntomas fóbicos, obsesivos u otros, sino por la posibilidad abierta a quien desee someterse a la experiencia al hallazgo de una interpretación válida de su deseo que habilite, a su vez, un acto que se localizará en el origen de un sujeto –tema, asunto o materia– nuevo, el psicoanálisis queda planteado como una práctica no nihilista en la medida en que no se conforma con las concepciones reinantes en nuestra cultura: “No hay Otro” y “No hay verdadero objeto”, etc. Esta dimensión de la cura no será tampoco sin efectos sobre la comunidad de existencia del sujeto en cuestión, dado su cambio en relación al Otro la emergencia del acto de su deseo no dejará de incidir sobre el deseo del Otro.
¿Cómo cura el psicoanálisis? Dado que el conflicto se produce “entre”, la cura también requiere de un “entre”; el psicoanálisis es una clínica en transferencia. El material, como ya se afirmó, resulta del entramado de los textos de ambos partenaires; pero debe establecerse una especificidad más: el analista debe permanecer en lo que dice y hace en cuanto tal en estado de cierta nesciencia.5
Para concebir y poder practicar esto último son requeridas dos nociones: estructura y significante. El analista cuenta, o debería hacerlo, con el saber de los efectos de la estructura sobre los entes hablantes –lo que distingue su posición de una simple ignorancia–, pero desconoce cómo éstos operan en el caso por caso; para poder sostener una clínica que no lo olvide debe hacer uso de la noción de significante.
Aquí se plantea una dificultad. Si el analista sabe o reconoce en el texto del padeciente aquello de lo que se trata, entonces reconocerá aquello que justamente no es lo particular de ese caso y se comportará como psicólogo –lo que no está mal pero es otra cosa–; si el analista, por el otro lado, hace del texto del padeciente un “todo significante”, esto es, que todos y cada uno de los significantes no significan nada –lo que es verdad– nunca podrá intervenir en ningún sentido, especialmente en el de una posible cura; la misma estará destinada al infinito y a la ausencia de resultados, salvo los casuales; las intervenciones del analista tenderán a un silencio mudo y al corte caprichoso de la sesión.
La única salida es la siguiente: de los textos producidos “entre” deberá el analista elegir una sección –establecida por apuesta al equívoco, o a la repetición, o a la condensación de sentido, etc.– a la que le dará estatuto de significante y en torno a ésta dirigirá la cura sometiéndola a un trabajo orientado por: “Que diga por qué” –no la persona que consulta sino el mismo material y/o la historia–; así hasta que otra sección del mismo, a la que se arriba como consecuencia de la lógica del recorrido –imprevisible antes, pero necesaria luego–, obligue a su relevo; mientras tanto con el resto del material deberá hacer como que entiende, pero sin creérselo.
Aunque en psicoanálisis se comienza por hablar del Otro y especialmente del familiar, no se tratará de una revisión de la historia por sí misma, no se gana nada revisando la historia; salvo que se introduzca una pregunta que, originada en el síntoma, sea capaz, por el trabajo lógico, de modificarla.
Se podría decir que el recorrido total tendrá la forma espacial de un bucle o de línea cerrada que, tal como un litoral cerrado, circunscribirá cierta dimensión del objeto a.
Se propone designar este análisis como un “psicoanálisis local”. Tal “psicoanálisis local” se distingue de un asociar libremente e interpretar más libremente aún y de un trabajo orientado por el saber previo del psicoanalista, ni siquiera por el saber producido en su propio análisis.
La cura del síntoma no sucederá sin la aparición de una nueva modalidad del conflicto, aquella que en el medio implicará la redistribución del sufrimiento, motivo por el cual la misma tiende a demorarse en el tiempo; pero dada la necesaria presencia de la función interpretativa del analista, cabe afirmar que el fin del análisis –la cura de la neurosis–, implicará, además, la caída del analista. Tal caída no sucederá si no se sustituye respecto de sus intervenciones la función que cumplió como Otro por la función de una lógica que sea expresable, comunicable y aplicable per se. Así es necesario que se produzca un trabajo, causado por el propio analista, de sustitución de la verdad de lo establecido en el apoyo en su propia persona –la sugestión ineliminable en la empresa– por una modalidad del saber que sea válida más allá de quién sea el que la analice.
Para los que deseen ser analistas este trabajo no puede dejar de atravesar la relación de cada uno con Freud, Klein, Lacan, Miller, etc., y realizar la misma elaboración: deberá sustituir en los argumentos que sostenga del psicoanálisis la función de prestigio, sugestión o creencia en la palabra de los grandes maestros (“Freud dijo”; “Lacan dijo”), por una lógica válida que sea puesta a prueba por medio de la práctica clínica, la comunicación y la confrontación.
Esta misma modalidad es la requerida para la transmisión del psicoanálisis y el intercambio entre analistas. Es inevitable, además, para una próspera supervivencia del psicoanálisis, que esta lógica sea de alguna forma apta para articularlo con saberes vecinos (lingüística, historia, etc.). El psicoanálisis como los psicoanalistas sólo sobrevivirán por fuera de la extraterritorialidad.
1. Distribución –entrada y salida– de goce (tanto como uti, lo que se utiliza, como frui, de lo que goza).
2. Conjunto de personas con las que se referencia para el padeciente su lengua materna y su metáfora paterna.
3. Lo que en realidad no es más que el fantasma histérico del deseo.
4. Inmixión: mezcla en la que luego de producida las aparentes identidades de los elementos constituyentes quedan disueltas.
5. Nescience en francés designa la ignorancia de aquello que no se tiene la posibilidad de conocer.
* Artículo publicado en la revista nº 94 de Imago Agenda, en octubre de 2005.