“El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”.1
Plantearé un único argumento en relación con el tema de la convocatoria, el mismo gira en torno a la pregunta por cuál puede ser la dificultad más general que enfrenta hoy una persona para desempeñar el rol del psicoanalista. Esta dificultad la entiendo, a partir de mi lectura de la enseñanza de Lacan, como un problema de saber. Ya que:
“Si el psicoanálisis no puede enunciarse como un saber y enseñarse como tal, no tiene estrictamente nada que hacer allí donde no se trata de otra cosa. Si el mercado de los saberes está precisamente agitado por el hecho que la ciencia le aporta esa unidad de valor que permite sondear lo que pertenece a su intercambio, hasta a sus funciones más radicales, no es cierto que lo que puede aquí articular algo de eso, a saber, el psicoanálisis, tenga que presentar su propia dimisión”.2
Así, propongo: en términos generales lo que “persigue” a cualquiera que quiera ejercer o ejerce la función del analista es que no puede saber a ciencia cierta por qué dice lo que dice.
Como se observa en el párrafo anterior utilizo “fantasma” en cierto sentido coloquial como figura imaginaria amenazante y persecutoria y no como concepto desarrollado por Lacan.
Mi planteo parte de la dificultad insalvable que instaura la cuestión de la interpretación de un texto, oral o escrito, que no consista en una escritura mediante fórmulas matemáticas. Tal dificultad radica en la falta absoluta de certezas sobre la validez y la pertinencia de la interpretación: ¿por qué esa interpretación y no otra?
Sin embargo existe otro problema aún mayor: para el sentido común hegemónico entre nosotros lo que opera como un fantasma amenazante para el psicoanalista, sea de la escuela y orientación que fuera, es la ausencia de respaldo experimental y sustancial para la teoría psicoanalítica.
Quiero decir: si no se cree firmemente que hay pulsión de vida, pulsión de muerte, libido y goce, entonces no es posible escapar a la pregunta respecto de qué da sustento a aquello que afirma el psicoanálisis.
La solución más frecuentemente esgrimida, como ya dije, es creer con absoluta confianza que “hay” pulsión, libido y goce como fundamentales y sustanciales; pero en este argumento más que una respuesta se encuentra un rechazo al cuestionamiento. Desde esta posición se requiere huir de la pregunta acerca de la validez de tales creencias.
Consecuentemente se debe rechazar todo diálogo franco con disciplinas que sí cuestionan permanentemente sus fundamentos y sus certezas; en psicoanálisis este rechazo al diálogo abierto se denomina “extraterritorialidad” y el mismo tiende a ser justificado mediante el siguiente argumento: el psicoanalista es el producto de una experiencia individual que sólo puede comprenderla quien haya atravesado por la misma vivencia; el saber que se deduce (la teoría psicoanalítica) es incuestionable desde “afuera” y las propiedades que postula son, a pesar de los modos de su producción, aplicables a todo sujeto en toda época y todo lugar del planeta.
Pero como esto último no es verdad en el sentido de poder ser demostrado racionalmente, siquiera bajo el modo de un saber que se postule como conjetural, ya que no se lo plantea como un problema de saber sino como una experiencia vivida (la vivencia de la pulsión, la libido y el goce), la posición del analista es percibida desde dentro del gremio de sus practicantes como atacada por aquellos que la cuestionan.
Argumentar que el psicoanalista es el producto o el resultado de una experiencia individual genera variadas objeciones, entre ellas: 1) S. Freud no se analizó (aunque J. Lacan planteó la idea que la producción de sus concepciones estuvo sostenida en un diálogo constante con W. Fliess, no propuso que el interlocutor haya sido su analista); 2) si una persona atravesó una muy mala experiencia analítica, ¿los resultados también cumplirían la misma función?; 3) ¿y si uno cursó dos o tres análisis con distintos resultados, entre ellos unos muy negativos?; 4) si una persona que ha estudiado y se ha formado en la teoría psicoanalítica, pero no se ha analizado, sostiene el rol de analista, sus analizantes ¿se han analizado?, 5) ¿Lacan se analizó?, etc.
Si algo quedará en la historia de las ideas como específicamente novedoso aportado a nuestra reflexión por S. Freud ello será que ya no podemos confiar en nuestras experiencias y vivencias como datos indubitables, siquiera en el cogito. Ellas pueden vivirse como “felices” o “placenteras” pero pueden ser en realidad “infelices” o “displacenteras” o viceversa. No hay forma de tener seguridad que no nos guste lo que nos duele o disguste lo que nos da placer. Cuando amamos, ¿acaso no podemos verdaderamente odiar? Toda experiencia, a partir del legado freudiano, queda sospechada, ya que incluso pudo ser fantaseada. La experiencia del análisis también; por tal motivo Lacan propone el dispositivo del pase que afirma que sólo una instancia tercera, ni el psicoanalista ni el psicoanalizante, puede establecer, hipotéticamente y sin certezas, si hubo análisis o no.
La cuestión a la que remite Lacan cuando propone el pase de analizante a analista en el fin de análisis –que puede hacer suponer que el analista es el resultado de la experiencia de análisis–, es a un dispositivo por él destinado al estudio y la transmisión en la Escuela de lo que podría llegar a ser un cambio en la posición de sujeto como resultado de un análisis. Por otra parte, el título de analista es brindado por el jurado, cuyas funciones son conceptuales: promover lo que es crucial a la teoría psicoanalítica y argumentar y sostener las tesis que regulan el trabajo del analista. Además, Lacan lo propone absteniéndose de imponerlo a todos.
Se suele afirmar: “El psicoanálisis es atacado porque revela lo que nadie, que no haya atravesado la experiencia, quiere aceptar.” Yo me planteo que el psicoanalista se siente en un medio inamistoso por el retorno en forma invertida desde el Otro de su propio mensaje: no cuestionemos en su fundamento aquello en lo que nos sostenemos. Así, en lugar de admitir en su seno la crítica racional de sus premisas, se percibe una persecución de un entorno hostil.
“De la lectura de Freud sigue actualmente pendiente la cuestión de saber si el psicoanálisis es una ciencia –o, seamos modestos, si puede aportar una contribución a la ciencia–, o bien si su praxis no tiene ninguno de los privilegios de rigor de los cuales se jacta con la intención de levantar la mala nota de empirismo que desde siempre ha desacreditado tanto las circunstancias como los resultados de las psicoterapias”.3
Son múltiples los argumentos desarrollados y formulados por Lacan en su constante bregar por una crítica racional de los fundamentos del psicoanálisis y distinguirlo así de un mero empirismo, por ejemplo: el psicoanálisis es un asunto de saber, en especial de un saber no sabido, no uno de experiencias vivibles; tal saber del psicoanálisis no es extraterritorial sino plenamente articulado al saber de las ciencias modernas matematizadas; es un engaño suponer que las pulsiones provienen del interior de la unidad de la sustancia viva, son el eco en el cuerpo del hecho de un decir; la libido no es una energía proveniente de los órganos sexuales sino una superficie bidimensional; el inconsciente no es el texto más singular de cada uno, sino el discurso del Otro; lo real no es la sustancia tridimensional o sus afectos inefables, sino lo imposible lógico matemático; la topología no es metáfora sino estructura; Freud no tuvo la experiencia del psicoanálisis o del inconsciente, sino que realizó un experimento, en el sentido del experimentum mentis; no se trata en la práctica del psicoanálisis de yo, superyó y ello, sino de simbólico, imaginario y real; en la transferencia no se juega algo de la índole del amor al analista sino de la puesta en acto de la realidad del inconsciente; el gozo (jouissance) no es autoerótico, es del Otro, J(A) y fuera del cuerpo, J(φ).
“Nada se ha teorizado de una experiencia, por seguras que sean las reglas y preceptos, hasta aquí acumulados. No es suficiente saber hacer algo. Dar vuelta un vaso, esculpir un objeto, para saber sobre qué se trabaja, de donde la mitología ontológica,” […]4
En la enseñanza de Lacan también encontramos, en relación a los fundamentos, la construcción de otro modelo teórico en psicoanálisis, en el cual:
Podría ofrecer una muy larga serie de citas de la enseñanza de Lacan desde 1953 y hasta 1981, donde propone explícitamente tales argumentos y muchos otros en los que cuestiona lo que se podría llamar el “sentido común psicoanalítico”, los hábitos de pensamiento que hacen sostener a los psicoanalistas las mismas ideas desde hace más de cien años sin criticarlas. Pero ello no contribuiría al cuestionamiento y a la deconstrucción del psicoanálisis si primero no se discute con amplitud de criterios y racionalidad si el psicoanalista es producto de una experiencia sensible o de una posición que se asume, en relación a determinados conflictos de época y cultura, respecto del saber comunicable y formalizable, al menos como ideal, analizado en un trabajo íntimamente articulado a la investigación de las ciencias conjeturales afines.
Nada nos avala ni nos garantiza, y esto es un problema teórico, no el resultado de una vivencia inefable originada en la sustancia viva que se intenta pasar a palabras.
“Porque allí donde vivimos, la naturaleza no se impone. Lo que se nos impone es otro modo de ese saber, un saber que en manera alguna es atribuible a un sujeto que allí presidiría el orden, que allí presidiría la armonía: y por eso, muy al principio, en mis primeros enunciados, para caracterizar al inconsciente de Freud había una formula –a la que volví varias veces– que propuse en Sainte-Anne: ‘Dios no cree en Dios’”.5
En las modernas teorías científicas se sabe, y no por experiencia, que cada rama del saber científico encuentra su propio límite imposible de franquear, tal como: el principio de incertidumbre de Heisenberg y los teoremas sobre la incompletitud de Gödel, que Lacan propone como paradigmas del problema que él escribe %.También es un hecho aceptado en ciencia que no existe una experiencia definitiva que avale una teoría, siempre puede aparecer un “cisne negro”. Pero si al límite se lo hace coincidir con lo inefable de una experiencia personal y singular, entonces la única forma de sostenerlo radica en la repetición de esa experiencia, pero así todo ello no será percibido como cuestionado por los que no hicieron la experiencia, sino atacado y perseguido.
Si se asumiese la posición que afirma que en psicoanálisis se trata de un saber conjetural y que padece inexorablemente, como todo saber racionalizado moderno, de límites imposibles de franquear y no de una sustancia y su energía que sólo se podrían conocer si se las experimenta en un procedimiento ritualizado, se podría alentar la “interterritorialidad” de la teoría y de la práctica del psicoanálisis con otras teorías y prácticas y el cuestionamiento, en lugar de funcionar como un peligro, un fantasma persecutorio, podría convertirse en causa de estudio, investigación e innovación como de diálogo con otras disciplinas científicas, y, también, de pérdida de certezas.
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1. Borges, Jorge Luis, “Discusiones, Las versiones de Homero”, p. 239, Obras Completas, Emecé, Buenos Aires, 1978.
2. Lacan, Jacques. El Seminario 16. Clase del 13 de noviembre de 1968. staferla.free.fr. p. 15. (traducción y subrayado personal).
3. Georgin, Robert. (1988). Lacan. De la lectura de Freud…, Buenos Aires: Nueva Visión. p. 9.
4. Lacan, Jacques. El Seminario 12. Clase del 6 de enero de 1965. staferla.free.fr. p. 87. (traducción personal).
5. “Los no incautos yerran”, clase del 21 de mayo de 1974.
*Artículo publicado en la revista nª 179 de Imago Agenda en marzo de 2014.